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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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El demonio de la acedia - XIII

La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes últimos, es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios. Nuestra cultura está impregnada de Acedia.// Autor: P. Horacio Bojorge | Fuente: EWTN

La Civilización del Amor

Bienvenidos a este último capítulo de nuestra serie “El Demonio de la Acedia”, quiero dedicar este programa a mediar con ustedes sobre lo que los últimos Papas, en realidad los Papas desde el siglo XIX en adelante, que nos han venido hablando sobre la Civilización del Amor y ponerla –para comprenderla bien– en la clave de la revelación de Nuestro Señor Jesucristo: vivir como hijos, vivir como el Hijo.

El Papa León XIII, en tiempos en que la economía se había hecho muy inhumana, publicó la Encíclica Rerum Novarum acerca de las cosas nuevas, defendiendo precisamente una economía más humana, una economía que tuviera en cuenta al ser humano y que no explotara al ser humano en beneficio de la pura ganancia, sin otra consideración que la ganancia, una economía que se deshumanizaba.

Y así los Papas posteriores hablaron de la instauración de todas las cosas en Cristo, como era el lema de Pío X, que hablaba de instaurar las cosas en Cristo de modo que a las sociedades se las invitaba a dejarse imbuir de estos principios cristianos y no se desanimaba por encontrar en los príncipes de este mundo, en los gobernantes de este mundo, una resistencia y una sordera para escuchar sus exhortaciones a abrirse a los principios cristianos para la construcción de la sociedad, para el gobierno de los pueblos.

Así fueron siguiendo las encíclicas en los años siguientes –después de la Rerum Novarum– la Populorum Progressio, la Mater et Magistra... a los cien años de la Rerum Novarum la Sollicitudo rei socialis, hasta que llegamos a la última encíclica destinada a las cuestiones sociales de Benedicto XVI: Caritas in Veritatis, allí nos dice el Papa que la Caridad se realiza en la Verdad e invita por lo tanto a que también se tenga en cuenta la verdad revelada en los asuntos del gobierno de la sociedad.

Esta insistencia del Papa en abrirse a la verdad revelada la repite de muchas maneras, ya lo había dicho en el famoso discurso en la Universidad de Ratisbona, allí dirigiéndose al mundo universitario reflexionaba con ellos diciendo que una razón que no se reconoce limitada es irracional, que la razón racional reconoce que tiene límites en el poder alcanzar el conocimiento de las cosas y que por lo tanto es razonable abrirse a otras fuentes de conocimiento que vienen de fuera del ámbito de la razón, y especialmente el Papa se refería a la revelación cristiana, dijo que es razonable abrirse a la revelación cristiana, que ello no es algo contrario a la razón, y que de eso teníamos ejemplo en la historia de la Iglesia, así como la fe se había abierto a la razón, la razón se había abierto a la fe, y con eso se habían enriquecido mutuamente para dar origen a los siglos cristianos y a un crecimiento de la civilización occidental.

Lo que les dijo a los universitarios lo dice ahora –con la Encíclica Caritas in Veritatis– a los gobernantes de este mundo, diciéndoles que se deben abrir a la verdad.

Por lo tanto la caridad es la verdad acerca del amor, es la que inspira al ser humano, debe inspirar al individuo pero también a la sociedad, y solamente de esa manera se puede realizar el bien común.

Ya en la carta sobre el amor humano el Papa había dicho que si los gobernantes se desentienden del bien común se transforman –y asombra la dureza de estas palabras en Papa– en una mafia de ladrones. Si se desinteresan del bien común, y ponen su gobierno puramente al servicio de los intereses comerciales y económicos, entran en una mafia de ladrones.

Pero esta civilización del amor de la que nos hablo Pablo VI, este reinado social de Jesucristo, que no debemos entenderlo como un mandato utópico de una instauración de un reino mesiánico sobre la tierra; sabemos, y los Papas que nos hablan de esto lo saben perfectamente bien, que hay fuerzas históricas que se oponen al reino de Dios.

Ya el Papa Juan Pablo II en su carta sobre el Espíritu Santo había hablado de las resistencias históricas a la acción del Espíritu Santo, refiriéndose nominalmente al materialismo, como la ideología materialista es un obstáculo que se opone a la acción del Espíritu Santo y explícitamente en las ideologías que las inspira, que precisamente se oponen a la fe en el Espíritu Santo y la consideran una alienación.

¿Cómo logramos entonces la civilización del amor?, ¿cuál es el principal camino?, es el dejarnos engendrar por el Padre, el que el Padre pueda construir con nosotros como piedras vivas esa Jerusalén celeste, esa casa de los hijos de Dios, que se va construyendo en la historia y que culminará en la Jerusalén celestial.

Y ¿cómo es que nosotros nos dejemos engendrar por el Padre celestial?, eso vino a enseñarnos Nuestro Señor Jesucristo.

Estoy predicando en muchos lados el Sermón de la Montaña precisamente como el núcleo central de la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo, qué el predicó sin duda no sólo en la montaña, sino en la llanura, en el lago y en muchos lados.

¿Y que viene Nuestro Señor Jesucristo a enseñarnos?, no es una doctrina ajena a lo él mismo es como ser humano y como persona del Verbo hecho hombre, es él mismo, el Hijo eterno de Dios que vive en su naturaleza humana lo mismo que él vive divinamente en su naturaleza divina, el recibirse del Padre, es Dios capaz de recibir amor, el Padre es la fuente del amor en la Santísima Trinidad, es Dios en cuanto ese impulso de darse enteramente sin ningún interés, sin ningún deseo de dominar sino por pura donatividad. Por eso las desconfianzas frente al Padre, los miedos frente al Padre, son irracionales no son verdaderos.

Sólo puede tener miedo al Padre –tal como lo reveló Nuestro Señor Jesucristo– alguien que está en la ignorancia o en error, el Padre es deseo purísimo de donación, se lo manifiesta en el padre del hijo pródigo que ama tanto al pródigo como al acedioso (al hermano mayor), el Padre se entrega totalmente pero no hay otro Dios a quien el pueda entregarse, solo puede entregarse a sí mismo, y Dios en cuanto a que es capaz de recibirse a sí mismo, de recibir todo el amor que es capaz de dar, es el Hijo, el Hijo es por lo tanto receptividad divina pura de amor divino que se entrega puramente.

Y ese es el que se hace hombre, ese es el que toma una humanidad, y eso es el que nos quiere venir a enseñar: que también nosotros nos dispongamos, abramos todo nuestro ser y nuestro corazón para recibir ese amor de Dios en la plenitud de lo que Él quiere darnos y nosotros somos capaces de recibir. Eso viene a enseñarnos Nuestro Señor Jesucristo, toda su doctrina se resume en eso.

Desde el comienzo del Sermón de la Montaña él nos dice que los hombres deben ver nuestras obras buenas filiales para glorificar al Padre, que nosotros no debemos buscar nuestra propia gloria, que si somos hijos viviremos para glorificar al Padre de quien lo recibimos todo, y que si vivimos así entonces el Padre nos bienaventurizará.

Las ocho bienaventuranzas son las obras del Padre con los que viven como hijos, y esa bienaventuranza que el Padre da a sus hijos redunda en gloria suya, y hay una corriente entonces, como una especie de competencia, de rivalidad, por quien glorifica a quien, el Hijo glorifica al Padre y el Padre se empeña en glorificar al Hijo, por eso cuando el Hijo manifiesta en la cruz su amor de Hijo al Padre, entregándole su espíritu, entregándose totalmente en sus manos porque se reconoce totalmente venido del Padre, en ese momento el Padre también –como respondiendo a esa entrega del Hijo– le da vida nueva, lo resucita, porque no puede entregar a la muerte a quien se entrega asi al Padre.

El Hijo se entrega totalmente, “en tus manos encomiendo mi espíritu”, y el Padre lo resucita al tercer día, todo esto sucede –queridos hermanos– para nuestra enseñanza y nuestro ánimo.

Si el Padre hubiese querido instalar sobre la tierra una civilización del amor al modo mesiánico, el Hijo lo habría hecho, pero no lo quiso hacer para enseñarnos a nosotros que tampoco es esa nuestra tarea en la historia, que nuestra tarea es dejarnos engendrar por el Padre, y al Padre le corresponde decidir de que manera nuestra docilidad le permite a Él actuar también alrededor nuestro, porque volcándose en nosotros, en sus obras y en sus palabras, se hará no nuestro plan sino la voluntad divina y el plan divino el que obra a través de nosotros, obras que excede nuestro conocimiento y nuestra capacidad.

Nuestro Señor Jesucristo, verdadero hombre, se reconocía totalmente movido por el Padre. Dice en el Evangelio de San Juan, “yo no puedo hacer nada que no vea que mi Padre hace”, cuando le reprochaban que el violaba el sábado porque obraba en el sábado milagros dice “mi Padre también obra en sábado”, Jesús –por lo tanto– hace lo que recibe del Padre y cuando él habla dice “no puedo decir nada que no oiga decir a mi Padre”.

Jesús es como el reflejo perfecto del Padre, no tiene nada propio, ni necesita tenerlo, porque confía que el Padre se lo entrega y le hace ser y le mantiene en el ser. El es el Hijo de Dios desde siempre y para siempre, eternamente, sin principio ni fin, engendrado por vía del conocimiento, el Padre se conoce y ese conocimiento perfectísimo de sí mismo es el Hijo.

Él nos viene a dar a conocer al Padre, Jesús dice “al Padre nadie lo vio jamás”, el Hijo de Dios que vive eternamente vuelto hacia el seno de la gloria del Padre, hacia el seno del amor del Padre, ese nos lo dio a conocer. Él es el revelador del Padre.

Pero nos lo revela si lo seguimos en nosotros en el proceso de la generación, dice en el capítulo 19 versículo 28 del Evangelio de San Mateo una promesa de Nuestro Señor Jesucristo: “vosotros, los que me habéis seguido en la regeneración, en los últimos tiempos, cuando venga el hijo de hombre, os sentaréis también con el Hijo en doce tronos”, en esta palabra de Nuestro Señor Jesucristo vemos que no nos pide que lo sigamos como discípulos en una doctrina teórica sino que lo sigamos como discípulos en un proceso de generación, “los que me habéis seguido en la regeneración”.

Nuestra vida cristiana es eso, dejarnos engendrar por el Padre, recibir la gracia, abrirnos a la gracia, ser dóciles a la gracia, quitar impedimentos, renunciar al pecado, es lo que hacemos en el bautismo: renunciar al pecado, al mundo, a Satanás, a sus pompas y sus obras, quedamos así disponibles para que el Padre nos engendre, es ese sacramento del bautismo que se nos concedió una vez al comienzo de nuestra vida cristiana, es el mismo sacramento que debemos seguir viviendo a lo largo de nuestra existencia, quitando los impedimentos, renunciando a Satanás, a sus pompas y sus obras, renunciando al pecado, a la carne y al mundo, quitando obstáculos e impedimentos, dejando al Padre libre para que obre con su gracia, permitiéndole obrar en nosotros.

El Padre no puede obrar en nosotros si nosotros no lo queremos, si le ponemos obstáculos con nuestra voluntad, si nuestra voluntad prefiere otra cosa a su gracia divina, tenemos que poner nuestro deseo en Él, y si estamos así conectados –de corazón a corazón– con este vínculo amoroso a Dios Padre, entonces Él se vale de nosotros y nos hace luz del mundo y sal de la tierra, para eso nuestra justicia –dice el Señor– debe ser la justicia filial, debe ser imitar la perfección del Padre, “ser perfectos cono nuestro Padre celestial es perfecto, misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso”.

¿Y cómo es perfecto y misericordioso?, como Nuestro Señor Jesucristo, “el que me ha visto a mí ha visto al Padre”, y si nosotros –queridos hermanos– tenemos la bienaventuranza envidiable, y que todos debemos anhelar y desear, el mayor bien que podemos soñar en nuestra vida terrena, si nosotros vivimos así entonces el Padre irradia a través de nosotros, como irradió a través de su hijo Jesucristo, en la medida de cada uno, colmados de la gracia, evidentemente los recipientes son distintos, puede haber un vasito pequeño pero estará lleno, puede haber un vaso grande y estará lleno, estaremos colmados de la gracia de Dios en la medida de su deseo, de su designio eterno sobre cada uno de nosotros, pero colmados plenamente y haciendo sobre la tierra lo que el Padre desea que hagamos. ¡Qué maravilla queridos hermanos!, así se construye la civilización del amor, así se va construyendo con piedras vivas y como un templo a la gloria de Dios Padre –con piedras vivas– este templo celestial.

Esta es la vocación que Jesús vino a traernos, la de vivir como hijos, vivir como el Hijo.

Y en el Sermón de la Montaña nos va dando, como en cinco lecciones, las instrucciones para vivir como hijos, vivir para la gloria del Padre y entonces seremos bienaventurados, no querer ser dueños de nosotros mismos ni de nuestro espíritu, sino ser pobres de espíritu y entregarle nuestro espíritu al Padre como Jesús se lo entrego.

En una segunda lección que nuestra justicia supere la de los escribas y fariseos, sin abolir la ley –porque él no viene a abolirla– sino a darle cumplimiento, ya no como una ley con la cual se sirve a Dios en un servicio que puede ser de un servidor pero que todavía no es de hijo, no, ahora es servir al Padre como hijo, esa es la ley plena, y por lo tanto imitar al Padre, en la perfección del Padre, “ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, pero como eso no se puede imitar desde afuera sino desde dentro de la vinculación amorosa con el Padre, más que una ley es un permiso que se nos da, podemos ser perfectos, porque nuestro Padre, el que nos engendra es perfecto, el que nos comunica la vida es perfecto.

Y por eso en la lección central del Sermón de la Montaña Nuestro Señor Jesucristo nos dice “pero ustedes no obren su justicia de hijos de cara a los hombres, pensando lo que van a decir de ustedes los hombres, si los van a alabar, si los van a vituperar, si los van a aplaudir o los van a perseguir, no, ustedes vivan de cara al Padre”, Nuestro Señor Jesucristo nos invita a que el “tú” principal de nuestra vida sea el Padre.

Misteriosamente, paradójicamente, viviendo de cara al Padre es como iluminamos el mundo, si nos ponemos de cara al mundo nos dominan las tinieblas del mundo y no pasa la luz de Dios a través de nosotros, y por lo tanto nos dice Nuestro Señor Jesucristo: cuando ustedes haban misericordia, cuando den limosna, no anden buscando que los hombres vean su bondad, ustedes ocúltense al hacer misericordia y el Padre les enseñará a ser misericordioso como Él lo es, porque su misericordia tiene necesidad de purificación.

La misericordia, sino es la misericordia de los hijos, va a ser la misericordia de los hombres pecadores heridos por el pecado original, que siempre va infusionada de alguna mescla del propio interés o de temor por si mismo al ver la debilidad de aquel a quien se va a ayudar, a veces uno puede tener tal terror a los pobres que quiera que los pobres no existan o también puede suceder que hacemos misericordia con unos siendo injustos con otros, que le quitamos a uno lo que le estamos dando al otro. Nuestra misericordia debe ser LA del Padre, y ¿cómo la podemos recibir sino es viviendo de cara al Padre?, si vivís de cara al Padre, Él os dará de sí, hay traducciones que dicen “os premiará” es una mala traducción del griego, lo correcto es “os dará de sí”, no me va a dar una cosa distinta de lo que el Padre es, me va a dar del Padre mismo, me va a dar de su misma misericordia, de su vida.

En el centro de esta tercera lección está el Padrenuestro, en el Padrenuestro que es el corazón del Sermón de la Montaña Nuestro Señor Jesucristo, después de habernos hablado acerca del Padre, nos pone directamente ahora a hablar con el Padre, y a hablar con el Padre desde los deseos de un corazón de hijo; el Padrenuestro quiere enseñarnos deseos de hijo para poderlos expresar al Padre, tenemos que recibir del Padre también lo que deseamos, Él nos ha dado el deseo para que deseemos lo que Él desea.

¿Y qué le pedimos?, que el sea conocido, que su nombre sea santificado por todos, que la vida filial venga a todos los hombres, que su reino se instale en toda la humanidad, son los deseos del corazón de hijo, que todos te conozcan, que todos vivan como hijos, que todos hagan tu voluntad así en el cielo como en la tierra, esta es la civilización del amor que anhela el corazón de los hijos, que venga el reino del Padre así en el cielo como en la tierra, que se haga la voluntad del Padre, no hay un atajo para lograr la civilización del amor sobre la tierra que no pase por este deseo de los hijos que le ruegan al Padre que Él lo realice.

Después vienen las peticiones para nosotros porque sabemos que estamos en peligro, por que sabemos que nuestro ser filial necesita ser alimentado por el cuerpo y la sangre del Hijo, danos hoy nuestro pan de cada día, el Pan de la Eucaristía, el Pan de tu Palabra, el Pan de tu Espíritu Santo que nos hace hijos, danos también tus consuelos divinos, manifiéstate a nosotros, danos te a conocer Padre para que te conozcamos como hijos.

Y perdona nuestras ofensas, las nuestras, las que más te duelen, las de tus hijos, nuestras desconfianzas, nuestros pecados, nuestras reticencias, nuestros miedos, ¿cómo es posible que tengamos miedo al Padre?, y sin embargo Padre –hoy en día– que poco se habla de ti, a veces que poco incluso en las predicaciones de algunas confesiones cristianas pero también en la Iglesia católica, a veces tú pasas a un segundo plano, se habla de tu Hijo Jesucristo, a veces como Cristo o como Jesús, incluso como el Señor, pero sin poner de relieve de que es el Hijo que nos manifiesta al Padre.

Perdónanos estas ofensas Padre de vivir de espaldas a ti y no conocerte lo suficiente, de no nombrarte, de no anunciarte a los hombres como la Vida, como la fuente de la vida. Y, no nos dejes entrar en la tentación saliendo de la condición de hijos, porque nos acecha el malo líbranos de el.

Estos son los deseos filiales que se nos enseña son lo que tenemos, pero ahora de tú a Tú con el Padre, ¡qué maravilla!, hemos sido introducidos, iniciados en el dialogo con el Padre, queridos hijos, y ahora podemos pedir como dice en el Sermón: pedid y recibiréis, todo lo que pedís como hijos el Padre os lo va a conceder, todo lo que pedís como hijos... ¡pedid la civilización del amor!, claro que si, pedidla, desearla, llorar sobre Jerusalén como el Hijo lloró sobre Jerusalén.

Si conocieras el don de Dios, si esta ciudad conociera el don de Dios, lo que le está prometido, lo que le está ofrecido...

Si nuestra madre Eva pecó por quererse apoderar del amor antes de que el amor le fuera ofrecido y dado, si quiso arrebatar el amor al margen de la libertad divina que iba a donárselo cuando Dios quisiera, en el momento oportuno y predeterminado en su designio eterno, si Eva pecó así,, sus hijos ahora pecamos por menosprecio de un amor que se nos ofrece.

Desde el árbol de la cruz, el fruto del amor de Dios, el cuerpo del amor divino para alimentar nuestro amor filial nos está ofrecido, con que indiferencia lo tratamos.

San Francisco decía llorando, saliendo de una iglesia, “el amor no es amado”, estas palabras me lo recordaba recientemente un amigo comentando estos temas, el amor no es amado, el Padre no es amado, la oferta del amor divino es menospreciada, se da vuelta la cara a la mano tendida... como decía San Pablo, “dejaos reconciliar, yo soy ministro de la reconciliación, Dios viene a vosotros como un suplicante a que os reconciliéis con Él”, y queridos hermanos esta sociedad de la acedia está ireconciliada, es indiferente ante Dios con una indiferencia que esconde el miedo, que esconde la aversión, la incapacidad de darse en Dios, la tristeza y al fin el odio.

Los mártires del siglo pasado en México, en España, en Rusia y en tantos otros lados me asombran –queridos hermanos– porque muchísimos de ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

Si yo hubiera pensado lo que voy a gritar cuando me maten, posiblemente gritaría no me maten, y esto que gritaron nuestros mártires no era una consigna, no era algo que llevaban al martirio para que en el momento de estar frente al pelotón de fusilamiento pudieran decirlo, sino que era algo que yo pienso que ellos mismos se sorprendían al sentir brotar de sus labios esas palabras, porque eran dadas por Dios, no eran una consigna ni social ni de la Acción Católica, ni un propósito propio, sino que era algo que el Espíritu Santo gritó a los perseguidores por la voz de los mártires para conversión de los perseguidores, les grito que Cristo es Rey en la muerte de los suyos, que él reina en esos corazones que llegan hasta la muerte, esa es la civilización del amor y está construida, y sigue siendo construida, con esos mártires, ciento cuarenta mil cristianos por año, ciento cuarenta mil católicos por año, dan su vida por Cristo en situaciones de martirio, uno cada cinco minutos, así se está construyendo la civilización del amor sobre la tierra, y de ese reino que se construye con piedras vivas que aman a Dios más que a su propia vida, más que a esta vida terrena, porque saben que el Padre les va a dar vida eterna, con esas piedras se construye la civilización del amor, ¡qué maravilla!.

Queridos hermanos, pidamos al Señor ser piedras vivas de esa Jerusalén celeste y con esa petición me despido de ustedes, pidiendo la bendición del Padre, que Dios todopoderoso los bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no nos dejes caer en la tentación, en esta civilización de la acedia donde tú nos colocaste, líbranos del malo, del príncipe de la acedia, Amén.
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Preguntas y comentarios al autor de este artículo, P. Horacio Bojorge S.J.

Enlace para leer el libro: LA CIVILIZACIÓN DE LA ACEDIA

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