San Mateo 9,27-31: ¡Llamad a la puerta! Quien llama a la puerta hace ruido, incomoda, molesta ¡Reza a Dios siempre!
Del santo Evangelio según San Mateo 9,27-31
La curación de dos ciegos: En aquel tiempo, cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: "Ten piedad de nosotros, Hijo de David". Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron, y él les preguntó: "¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?" Ellos le respondieron: "Sí, Señor". Jesús les tocó los ojos, diciendo: "Que suceda como ustedes han creído". Y se les abrieron sus ojos. Entonces Jesús los conminó: "¡Cuidado! Que nadie lo sepa". Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región" Palabra del Señor.
Reflexión del Papa Francisco
La oración es un grito que no teme molestar a Dios, hacer ruido, como cuando se llama a una puerta con insistencia. He aquí, el significado de la oración dirigida al Señor con espíritu de verdad y con la seguridad de que Él puede escucharla de verdad.
Los ciegos, que seguían al Señor, gritaban para ser curados. También el ciego a la entrada de Jericó gritaba y los amigos del Señor querían hacerle callar. Pero ese hombre pidió una gracia al Señor y la pidió gritando, como diciendo a Jesús: «¡Hazlo! ¡Yo tengo derecho a que tú hagas esto!».
El grito es aquí un signo de la oración. Jesús mismo, cuando enseñaba a rezar, decía que se hiciera como un amigo inoportuno que, a medianoche, iba a pedir un trozo de pan y un poco de pasta para los huéspedes». O bien hacerlo como la viuda con el juez corrupto.
En esencia, hacerlo - diría yo - molestando. No lo sé, tal vez esto suena mal, pero rezar es un poco como molestar a Dios para que nos escuche.
Es el Señor mismo quien lo dice, sugiriendo rezar como el amigo a medianoche, como la viuda al juez. Por lo tanto, rezar es atraer los ojos, atraer el corazón de Dios hacia nosotros. Y eso es precisamente lo que hicieron también los leprosos del Evangelio, que se acercaron a Jesús para decirle: «Si tú quieres, puedes curarnos». Y lo hicieron con una cierta seguridad.
Así, Jesús nos enseña a rezar. Nosotros, habitualmente presentamos al Señor nuestra petición una, dos o tres veces, pero no con mucha fuerza: y luego me canso de pedirlo y me olvido de pedirlo. En cambio, los ciegos de los que habla Mateo en el pasaje evangélico gritaban y no se cansaban de gritar.
Jesús nos dice: ¡pedid! Pero también nos dice: ¡llamad a la puerta! Y quien llama a la puerta hace ruido, incomoda, molesta. Precisamente éstas son las palabras que Jesús usa para decirnos cómo debemos rezar. Pero éste es también el modo de oración de los necesitados que vemos en el Evangelio. Así, los ciegos se sienten seguros de pedir al Señor la salud, de tal manera que el Señor pregunta: «¿Creéis que yo puedo hacer esto?». Y le responden: «Sí, Señor. ¡Creemos! ¡Estamos seguros!». He aquí, las dos actitudes de la oración: «es expresión de una necesidad y es segura».
La oración es necesaria siempre. La oración, cuando pedimos algo, es expresión de una necesidad: necesito esto, escúchame Señor. Además, cuando es auténtica, es segura: escúchame, creo que tú puedes hacerlo, porque tú lo has prometido.
La auténtica oración cristiana está cimentada en la promesa de Dios. Él lo ha prometido. Recordemos las palabras de Isaías (29,17-21): "Oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos". Este pasaje, es una promesa. Todo esto es una promesa, la promesa de la salvación: "yo estaré contigo, yo te daré la salvación". Y es con esta seguridad que nosotros decimos al Señor nuestras necesidades. Pero seguros de que Él puede hacerlo.
Cuando rezamos, es el Señor mismo quien nos pregunta: "¿Tú crees que yo pueda hacer esto?". Un interrogante del que brota la pregunta que cada uno debe hacerse a sí mismo: "¿Estoy seguro de que Él puede hacerlo? ¿O rezo un poco pero no sé si Él lo puede hacer?". La respuesta es que Él puede hacerlo, incluso el cuándo y el cómo lo hará no lo sabemos. Precisamente ésta es la seguridad de la oración. (Homilía en Santa Marta, 06 de diciembre de 2013)
Diálogo con Jesús
Señor mío, me reconozco ciego desde este momento porque muchas veces no me doy cuenta de tus actuaciones en mi vida y de todas las bendiciones con las que me has provisto. Ayúdame a reconocer bien esas cegueras que no me permiten ver con claridad tu deseo de amor en mi vida. Necesito del poder de tu Palabra y de tu amor, ese amor que me ilumina los caminos y desintegra cualquier vestigio de oscuridad. Me reconozco débil, limitado, inseguro, eso forma parte de mi fragilidad humana; pero contigo, puedo ser un vencedor, un luchador, Tú me has hecho un hijo del Dios altísimo y eso me invita a permanecer firme antes los retos de la vida. Ten compasión de mí, libera mi alma de la ceguera espiritual que no me permite amarte con todo mi corazón. Tú eres el Señor de todo, el Dios de la historia y de la vida, el que todo lo puede y todo lo ha dado por amor. Confío en el poder de oración, en el poder de tu promesa: "llama y se te abrirá", por eso, ruego a tu compasión con insistencia para que tu Gracia y tu Amor vengan a mí y hagan conmigo lo que Tú mejor creas conveniente. Amén
Propósito para hoy
Dejar a un lado el rencor y el dolor y acercarse a esa persona con la que he estado molesto durante un buen tiempo.
Reflexionemos juntos esta frase:
"La experiencia del amor misericordioso del Padre nos hace más capaces de compartir esta alegría con los demás" (Papa Francisco)
Nota seleccionada para el blog del Padre Fabián Barrera
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