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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

Sagrada Escritura: Primera: 2Sam 5, 1-3 / Salmo 121 / Segunda: Col 1, 12-20 / Evangelio: Lc 23, 35-43
Nexo entre las lecturas
"Rey de Israel, rey de los judíos, reino del Hijo" son las expresiones con que la liturgia nos recuerda solemnemente la gozosa realidad de Jesucristo, rey del universo. El título de la cruz sobre la que Jesús murió para redimir a los hombres era el siguiente: "Jesús nazareno, rey de los judíos" (Evangelio). Históricamente, este título se remontaba hasta David, rey de Israel, (primera lectura), de quien Jesús descendía según la carne. Recordando Pablo a los colosenses la obra redentora de Cristo les escribe: "El Padre nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. David, rey de Israel. Los israelitas habían comenzado la conquista de la tierra prometida al final del siglo XIII a. C., bajo el caudillaje de Josué.

La conquista fue progresiva y se prolongó por mucho tiempo. Por fin se pudo considerar acabada, al menos en términos generales, y se procedió a la distribución de la tierra por tribus. Por largos decenios y lustros, cada una de las tribus mantuvo su independencia y propia autonomía. Si alguna tribu se unía con otra, era fundamentalmente en plan de defensa o ataque de sus enemigos. Durante este período, se fue estableciendo casi espontáneamente una diferenciación entre las tribus del Norte y las del Sur. Cuando Samuel ungió rey a David, lo hizo sólo sobre las tribus del Sur (Judá, Benjamín y Efraín) y sobre ellas reinó siete años en Hebrón. La personalidad extraordinaria de David, su genio militar que logró conquistar la fortaleza de Jerusalén tenida por inexpugnable, y su capacidad innegable de caudillaje, indujo a los jefes de las tribus del Norte a proclamarle también su rey. "El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel" (primera lectura). Fue un paso decisivo en la historia de Israel: por primera vez se consiguió la unificación de las doce tribus, se instauró un solo rey y por tanto un solo mando político-militar, y se eligió la ciudad de Jerusalén como capital del nuevo reino de Israel y Judá. El reino de Cristo, prolongación del reino de Israel, está compuesto igualmente de doce "tribus", unidas bajo el mando de un único rey, y que tiene su capital en Jerusalén, la capital del reino mesiánico, inaugurado por Jesucristo en la cruz.
2. Jesús, el rey de los judíos. Esta es la causa por la cual Jesús muere en una cruz elevada sobre el Gólgota. El texto está escrito en hebreo, en latín y en griego, para que lo entendiesen todos los habitantes que habían venido a Jerusalén para celebrar la Pascua en la primavera del año 30 d.C. ¿Un crucificado, rey de los judíos? Esta ignominia era insoportable para las autoridades de Jerusalén, por eso acudieron a Pilatos a pedirle que cambiase el título. Pilatos no cedió. "Lo escrito, escrito está". El título es ocasión de burla y sarcasmo de los soldados romanos: "Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!" (evangelio). Solamente uno de los ladrones intuyó que el reino de ese crucificado tenía que ser de otra índole que los reinos de la tierra, y así le dijo: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino" (evangelio). El título es, pues, verdadero, pero nos reenvía a un reino de otras características: un Reino de verdad y de vida, un Reino de santidad y de gracia, un Reino de justicia, de amor y de paz" (prefacio). En el sometimiento "impotente" y doloroso de un crucificado al reino de la fuerza dominante está la clave y el fundamento del reino del amor, de la misericordia y del perdón.
2. El Reino de su Hijo. El Padre, llamándonos a la fe cristiana, nos ha trasladado al Reino de su Hijo mediante el bautismo. Su Hijo es Jesús de Nazaret, el crucificado, ahora resucitado y glorioso. El reino del Hijo no es ya sólo un pueblo o una raza. No es sólo el reino interior en el corazón de los hombres. Es por añadidura el reino sobre el cosmos, sobre toda la creación. "En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, tronos, dominaciones, principados, potestades: todo fue creado por él y para él" (segunda lectura). Para el Hijo, "rey" no es meramente un título, corresponde a su esencia. Nada está fuera de su reinado ni en el tiempo ni más allá del tiempo. El Hijo es el rey del universo en toda su grandeza y esplendor, con toda su potencia y energía. Es el rey de la historia, el que domina y dirige todos los acontecimientos humanos hacia su fin. Es el rey de los individuos, en quienes reina por la fe, la esperanza y la caridad, por la justicia, la paz y la solidariedad.

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