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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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¿La Iglesia está al servicio de Jesús o le hace sombra?


¡Mi Cristo es una comunidad viva, con sus sacramentos y su caridad!
Autor: André Manaranche | Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe.
III. Tus preguntas sobre la Iglesia.

¿La Iglesia está al servicio de Jesús o le hace sombra?

Hemos llegado a tus preguntas sobre la Iglesia. No voy a ocultarte que me decepcionan un poco, porque son «periodísticas» y, por lo tanto, superficiales casi todas. Además, nunca dices -aunque se adivina- qué es lo que tú entiendes por Iglesia. Sólo te refieres a ella como una administradora lejana de ritos soporíferos. No parece que estés al corriente de que en nuestra Iglesia ha habido todo un Concilio Vaticano II, ni que valores las cosas buenas que están surgiendo por todas partes. Por eso te preguntas qué futuro puede tener todo esto, sobre todo en un mundo que se separa cada vez más de la moral tradicional. Además, las iglesias se vacían...

De todas formas, eres tú el que escogiste el menú de este capítulo. Yo no hice más que tomar nota.
Permíteme que te ofrezca, como un aperitivo, lo que no has pedido. Eso nos facilitará después las cosas.

La Iglesia y Jesús

Hay que empezar por esto:

¿La Iglesia está al servicio de Jesús o le hace sombra?
¿Fue Él el que la quiso, o se fundó a sí misma, después de su muerte, para llenar un vacío?

1. Algunos dicen que Jesús no era más que un gurú, cuya única pretensión consistía en atraer hacia el, mientras vivía, a unos cuantos discípulos. Fue después de su trágico final -trágico, pero no redentor- cuando sus amigos le habrían convertido en un Dios y habrían organizado su culto.

Para otros, por el contrario, Jesús habría sido un profeta impaciente que anunciaba la inminente venida del Reino. De ahí su desapego de las cosas de este mundo. Desgraciadamente, lo único que pasó fue la condena de un profeta excitado que había calculado mal la cuenta atrás. También aquí, a falta de otra cosa mejor, los discípulos habrían creado una institución de reemplazo, que no tenía el atractivo de la esperanza primera. A falta de pan, buenas son tortas. A falta del Reino, se crea la Iglesia. Eso es todo.

En ambos casos, Jesús habría muerto sin haber hecho el testamento y sin haber dado la más mínima consigna para que la cosa continuase después de el. De lo contrario, dicen algunos, habría dejado algunas indicaciones, aunque no fuesen muy precisas, que hubieran permitido el lanzamiento de una serie de comunidades por el mundo. No una Iglesia, sino Iglesias provisionales sin estructura obligatoria y sin organización centralizada. En definitiva, un perpetuo renacer y una constante invención´ al gusto de las comunidades de base, manipuladas por algunos hábiles líderes...

2. Ya he respondido a estas teorías. Jesús no jugó a ser gurú. El anunció el Reino y fundó con sus Apóstoles una comunidad estable, unida en torno a Pedro (Mateo 16,13-20); una comunidad con una regla de vida y de oración; una comunidad destinada a durar hasta el final de los tiempos y que dispone de la Eucaristía para hacer presente su sacrificio, una comunidad propulsada hacia el mundo por una evangelización de larga duración; un grupo unido por el colegio apostólico, y no una federación de Iglesias, unidas por un secretario general; un cuerpo lleno de vida, y no una asociación jurídica. Por otra parte, ya te dije también que Jesús no es un hombre divinizado, sino un Dios que se humanizó libremente.

Además, el Cristo de los Evangelios no tiene nada de fanático. Por el contrario, es un hombre ponderado, que se pasa la vida calmando a sus discípulos, que no acaban de ver llegar el Reino (Lucas 19,11; Hechos 1,6), tal como ellos lo conciben. Las parábolas muestran que todo esto exige una lenta germinación (Marcos 4,26-29). Y, en cualquier caso, la última cena atestigua que Jesús no muere desprevenido: la Eucaristía inaugura un nuevo modo de presencia en provecho de una multitud que todavía no está allí. Porque, antes de que llegue el final, «el Evangelio tiene que ser proclamado a todas las naciones» (Marcos 13,10). ¡el fuego con el que el Señor desea incendiar la tierra entera todavía no ha prendido en muchos corazones! (Lucas 12,49).

3. El misterio pascual es el lanzamiento efectivo de la Iglesia, institución carismática. «Institución» no quiere decir «multinacional», sino «don permanente y estructurado». Si la comunidad no es estable, no es por falta de impulso, por debilidad, pereza, rutina y pesadez, sino porque Cristo no nos la ha dado para que juguemos con ella a nuestro capricho (13: Cuando respeto el ritual de la Eucaristía no es por pereza: a) es para no desviarme de la regla de la fe inventando un Canon fantasioso; b) y para no aburrirte con mis estados de ánimo o con los impulsos de mi subjetividad. Así, no te entrega un Evangelio falsificado y eres libre de rezar como quieras).

Tienes que distinguir, por lo tanto, entre el adormilamiento y la fidelidad: ésta es una tranquilidad dinámica. Perturbar la estructura que el Señor quiere para su pueblo no es avanzar, sino meterse en líos que obstaculizan su progreso. En cuanto al adjetivo «carismático», significa justamente que la institución está al servicio del Espíritu. También hoy, la prueba está en que los grupos que más inventan son los más fieles a la Iglesia; su creatividad se enraíza en lo más profundo del amor filial.

4. Si la Iglesia no existiese, o si se hubiese creado a sí misma, eso querría decir que Cristo no ha resucitado, que es lo que piensan el 70 por 100 de los franceses. Se lo suelo repetir a menudo a los jóvenes que siguen utilizando ese conocido slogan, «Sí a Jesús, no a la Iglesia». «En ese caso, les digo, Jesús, para vosotros, no es más que un desaparecido genial, y colocáis siempre entre los muertos al que está vivo, incluso cuando le veneráis». Emaús (Lucas 24,13-35) es un camino al final del cual el Señor desaparece para transa parecer. La Iglesia prosigue ahora la catequesis que Él inició y que calienta el corazón, Eucaristía es Él en la mesa. Esto es lo que Pedro afirma, testimonia la puesta en común de los bienes. Así pues, Cristo no es una «estrella», cuyo póster cuelgo en la pared, de mi cuarto. Mi Cristo es una comunidad viva, con sus sacramentos y su caridad.

5. Y sin embargo, Cristo y su Iglesia no se confunden; son como el esposo y la esposa, o bien, como la cabeza y el cuerpo. La Iglesia no reemplaza, pues, al Señor, ni le sucede, dado que estas son palabras que se utilizan en caso de ausencia o muerte. Pero el Resucitado está siempre con nosotros (Marcos 28,20). El sitio ocupado por Cristo no está vacío. Él continúa desempeñando el papel que es más suyo que nunca y que nadie le podrá confiscar. La Iglesia está siempre con su esposo; no es su viuda triste, y mucho menos su viuda alegre. No puede ser una asociación encargada de gestionar la memoria de un genio muerto, cuyos dossieres guardase. Además, Jesús no escribió ni una sola línea. Es el sacerdocio, el del obispo y el del sacerdote, el que recuerda a la comunidad su dependencia de Cristo. Cuando celebra, el ministro consagrado es la vez otro y uno de tantos: forma parte del cuerpo, pero a la vez es, diferente. ¡Él impide que el cuerpo pierda la cabeza! Si las vocaciones desapareciesen, la Iglesia se convertiría en una sociedad de gestión. Ya no dependería de Cristo, sino que vendría en su auxilio. ¡el mundo al revés!

Sí, dirás, pero todo eso se mueve en el universo de los principios; en la práctica, «¿se puede decir que la Iglesia es portadora de Evangelio?» Es una pregunta que todavía hoy escuché a los alumnos de un instituto, a los que respondí sin dudarlo: «sí, en el bueno y en el mal tiempo, yo doy testimonio.» Por encima de sus grandes y pequeñas miserias, la Iglesia es una madre fiel y valiente, llena de santos y de mártires, puros reflejos de las bienaventuranzas. La música cantada se corresponde a la perfección con la música escrita, como decía Francisco de Sales.

« ¿No está la Iglesia en contradicción con Dios?», me preguntas. No sé, lo que pasa por tu cabeza ni a qué aludes, pero es un disparate pensar que la totalidad del pueblo santo y el conjunto del episcopado puedan ser la negación de lo que Dios piensa y quiere. Y fíjate que tal afirmación puede proceder tanto de «progresistas» virulentos como de «tradicionalistas» disidentes. ¿Y quién es el individuo o el grupo capaz de juzgar a 1.000 millones de hermanos de una manera tan expeditiva?

La Iglesia y sus Sacramentos

«Lo que era visible en nuestro Redentor, de ahora en adelante está presente en los sacramentos», dice el Papa San León (siglo V) en una homilía del día de la Ascensión. Y, sin embargo, a ti, amigo mío, estos ritos te aburren. Por eso preguntas:

« ¿Son necesarios los símbolos religiosos, o, más bien, todo lo que pasa, sucede en nuestro corazón?»

Estoy tentado de contestarte: «entonces, deja de abrazar a tu novia o a tu novio.» Tú objetarás: «no es lo mismo. Los hombres necesitan signos porque son hombres. Pero Dios es Dios y, por lo tanto, no vale la pena representarle. Con Él basta la intención del corazón.» el Dios del que me hablas no es el de Jesucristo. Es el Ser supremo o el gran Espíritu. En el Evangelio, Dios es el Emmanuel que viene a nosotros para que nuestros ojos le vean, nuestros oídos le oigan y nuestras manos le toquen (1 Juan 1,1). Dios es el Resucitado que sopla sobre los suyos (Juan 20,22), y que dice a Tomás, mostrándole su costado abierto: «Mete aquí tu dedo» (Juan 20,27). Es el Cristo de la Cena que nos da su cuerpo y su sangre, con la consigna de hacer este rito en memoria suya. Realmente, Dios es más humano que nosotros, pobres idealistas que degustamos nuestros pensamientos en nuestro interior, sin saber si se corresponden con los de Jesucristo...

Y, además, los signos tienen otra «utilidad»: vividos en comunidad, nos reúnen en la celebración de un mismo Señor. Hoy, el Movimiento Renovador explota a fondo los símbolos religiosos para crear asambleas menos morosas y más dinámicas.

Todavía añade: «con los objetos litúrgicos se podría alimentar a los que tienen hambre.» Es cierto. Y desde hace mucho tiempo, los grandes obispos han hecho lo que tú sugieres sin la menor duda. Recientemente, en su encíclica Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II vuelve a decir lo mismo. De todas formas, dudo mucho que se pueda ayudar a las multitudes hambrientas con las baratijas de muchas de nuestras parroquias. Y en las grandes iglesias y catedrales, los objetos de valor son propiedad de la comunidad. Por otra parte, muchos cristianos se enfadan, y con razón, al encontrar en los escaparates de los anticuarios sagrarios convertidos en bares y cálices en vasos para tomar el aperitivo. Hay que encontrar otras fuentes de financiación más rentables y más respetuosas.

Después de esto, pasas a las aplicaciones particulares, y me comentas, con mucha franqueza: «me aburro en misa, siempre con las mismas lecturas y las mismas oraciones.» No es del todo verdad. Las lecturas cambian todos los días del año. Las del domingo, incluso cada tres años. En todas ellas hay una fantástica riqueza si eres capaz de preparar tu misa y de retomar los textos leídos en ella para tu oración diaria. ¡Inténtalo! En cuanto a las oraciones, es verdad que se repiten, a pesar de que hay una gran variedad a lo largo del año litúrgico. Pero, si hubiese que inventarlas todos los días, pronto te sentirías ahogado. La repetición lenta y ferviente es la gran ley de la meditación, que rumia tranquilamente las palabras más sabrosas. ¿No retomas, con tu novio o con tu novia, en cada cita las mismas actitudes de ternura, las mismas palabras y los mismos besos? Además, si el sacerdote no dice la misa como un tren de alta velocidad, te ayudará a descubrir la profundidad, hasta entonces ignorada, de algunas frases. Para mí, repetir es un regalo: lejos de desgastar el texto, lo rejuvenece.

En el fondo, tú también lo dudas. Un joven católico me comentaba hace poco que había tenido que contestar a esta pregunta de otro joven católico, pero no practicante. «¿Porqué durante tanto tiempo la misa te ha dado lo mismo, y después todo cambió?» La respuesta es evidente: la que cambió no fue la misa, sino el chaval. Cambia, pues, también tu corazón, sin esperar para ello un gran milagro, pero pidiendo al Señor ti no pequeño. No vayas a la Eucaristía con zapatos de plomo, decidido a hundirte una vez más. Acércate a ella con un nuevo corazón, con un deseo intenso y con hombre de Dios, y participa activamente en las oraciones con tus amigos.

« ¿Qué hacer, cuando se está tentado de no volver a ir a misa?» Depende de lo que entiendas por la palabra «tentado». Si, a pesar de tus esfuerzos, la Eucaristía había perdido para ti -aunque momentáneamente- todo significado, está claro que no puedes continuar haciendo una comedia. Eso sí, deberías estar absolutamente seguro de encontrarte en tal extremo. E, incluso en este caso, deberías evitar el dar un portazo sin esperanza de retorno. ¡Quizá puedas rezar de otra manera...!

Pero si la tentación se reduce a un cambio de humor, a la ley del mínimo esfuerzo, a una época de desánimo o de falta de sensibilidad, al típico qué dirán, entonces te invito a no capitular. Insiste, entra con resolución en el juego litúrgico y participa en él con todas tus fuerzas. Puedes, incluso, ofrecerte como animador litúrgico. ¡Haz algo! No pierdas una práctica que te costará mucho retomar.

Por último, me planteas esta pregunta: «¿Después de la comunión se siente algún cambio? ¿Se es diferente de otros días?». Si se comulga con fervor y se toma el tiempo necesario para «digerir» el don de Dios antes de volver al trabajo, seguro que sí. No se tienen necesariamente estremecimientos viscerales, pero uno se siente habitado por una presencia, que es la de toda la Trinidad. Porque la Eucaristía conduce a la Trinidad. Se entra así en la paz, y esta paz es la que alimenta nuestra caridad, y, en determinados momentos, nos hace encontrar las palabras precisas para tal situación. ¡Inténtalo...! Además, la comunión te hará descubrir, con toda seguridad, la adoración eucarística. Entonces querrás encontrarte en presencia de tu Señor, porque habrás cogido gusto a su cuerpo. No hagas caso a los que dicen que el pan fue hecho para ser comido y no para ser mirado. Si no te paras a mirar, no sabrás a quién comes.

Simplemente te pondrás en la cola de los que van a comulgar porque forma parte de la ceremonia, un rito de participación social, al que todo buen español «tiene derecho».

Me encuentro también con una pregunta sobre el sacramento de la Penitencia: «¿Hay que confesarse a un sacerdote, o es suficiente con dirigirse directamente a Dios?» Te agradezco que me hayas planteado esta pregunta, aunque me suena a pregunta de adulto, pues, habitualmente, los jóvenes reaccionáis ante el sacramento del perdón de otra forma. Es evidente que tampoco para vosotros es fácil ir a confesaros con un sacerdote, pero vuestra generación se confía con mayor facilidad. Tenéis, además, toda una serie de organizaciones especializadas en aconsejaros. Y en todas las reuniones, asambleas, peregrinaciones juveniles.... disponéis de momentos previstos para la celebración del perdón, con numerosos sacerdotes a vuestro servicio. Sacerdotes con los que soléis ser más espontáneos de lo que nosotros lo éramos a vuestra edad. Se puede decir, pues, que las cosas se asientan y, al menos, no son más difíciles.

Pero el sacramento es algo más que una consulta: es un acto de Dios. Si realmente adoras al Dios-Amor, y no a otra divinidad, un día te dirá lo que le dijo a Pablo en el camino de Damasco: «entra en la ciudad, y allí, se te dirá lo que tienes que hacer» (Hechos 9,6). El se es Ananías, el responsable de la comunidad. El Señor ha querido necesitar a los hombres y te remite a ellos, no para deshacerse de ti, sino para perdonarte con un corazón y una voz humanos. No intentes pasar por encima de la Iglesia: ofenderías al Señor y perderías el tiempo. Acoge la ternura donde te es ofrecida, y llora un buen rato si el corazón te lo pide. Después comprenderás que hasta ese momento te habías equivocado de Dios.

No olvides lo que acabo de decirte respecto a los hombres de la Iglesia, que es el tema que voy a abordar a continuación. No son jefes; son padres. Uno de ellos se llama incluso «el Santo Padre»

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