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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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¿Sabía Jesús que era Dios?

Las preguntas sobre la auto-conciencia de Cristo nos llevan a menudo a cuestiones difíciles o quizás imposibles de responder. Afirmar, en el sentido usual de las palabras, que a los tres meses de nacido Jesús sabía que era Dios verdadero como el Padre Celestial es sin duda inaceptable. Sugerir que murió sin tener clara idea de quién era es igualmente inaceptable. // Autor: Fray Nelson M. en "Amigos en la Fe"
El evangelista Lucas, en el capítulo 2, versículo 52, nos habla de que Jesús crecía "en edad, sabiduría y gracia." No hay razón para suponer que ese crecimiento se detuvo en ningún punto. Este dato de la Escritura nos lleva entonces a decir que Cristo sabía cada vez mejor quién era y quién es Dios. Negar esta conclusión es negar el verbo "crecer," porque crecer implica pasar de menos o más. Sin embargo, el asunto ha sido discutido porque Santo Tomás de Aquino dice que Cristo no crecía propiamente en sabiduría ni en gracia sino únicamente en la manera como manifestaba esos dones (véase Suma Teológica, III, q. 7, art. 12, ad 3m).

Quizás la objeción que uno tendría frente a esta postura es doble: (1) El sentido propio del verbo crecer parece que no se toma en cuenta; es artificial decir que un alumno crece en sabiduría porque muestra más de lo que sabe. (2) El verbo "ser" aplicado a una vida humana, o en general, a una realidad temporal, parece que debe aplicarse al conjunto o arco de existencia del respectivo ser. Por ejemplo: viendo una semilla de manzana yo podría decir que "es" un árbol de manzana, pero lo correcto es usar este lenguaje sólo cuando esa semilla ha completado su ciclo vital: ha alcanzado su pleno desarrollo o incluso ha muerto. Lo mismo sucede con las personas: decimos que Einstein fue un gran físico, y con ello no nos referimos a sus meses como bebé sino al conjunto o arco de su vida; teniendo en cuenta, por supuesto, que nunca hubiera sido lo que fue de adulto sin ser lo que fue de niño. Es decir, que hay un sentido incoativo del verbo ser que es indispensable cuando nso referimos a realidades orgánicas sujetas al tiempo.

Según eso, la proclamación de Cristo como verdadero hombre y como verdadero Dios necesariamente mira al conjunto de la existencia de Cristo. No se equivoca el que dice, mirando a Jesús feto que es "verdadero Dios," como tampoco se equivoca el que mira una foto de Einstein en la escuela primaria y dice: "he aquí uno de los más grandes científicos de todos los tiempos." En efecto, la infancia de Einstein fue tal que hizo posible y está del todo ligada a lo que él hizo en su vida. No sería lo que llegó a ser si no lo hubiera empezado a ser. Lo mismo en el caso de Cristo: no empezó a ser Dios después de morir, ni en ningún punto de su edad adulta; fue Dios desde siempre, y sin embargo, sólo podemos afirmar su divinidad a partir de la contemplación del arco completo de su existencia.

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