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SS. Pedro y Pablo

Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? / Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer M ateo 16, 13-19 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en

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Cristiano y judío

Los pecados de todos los hombres hicieron necesaria la crucifixión de Cristo, vuestros pecados y mis pecados // Autor: Louis de Wohl | Fuente: Conoze.com

En tanto que el cristianismo es de origen humano, es de origen judío. Para todo el que quiera ser cristiano es muy importante no olvidar esto jamás.

Todo lo que era humano en Cristo, era judío, a no ser que excluyamos a Ruth, la moabita, una de sus antepasadas, bisabuela del rey David. Los apóstoles eran judíos. Los primeros cristianos y los primeros mártires fueron en su mayoría judíos. Sí, tan judío era el cristianismo incipiente, que durante mucho tiempo se discutió muy seriamente el problema de si un no judío no debería hacerse primero judío para abrazar el cristianismo.

Los judíos eran realmente el «pueblo elegido» de Dios, elegido para una misión doble. Eran ellos los que tenían que mantener viva la idea del Dios único; un pueblo pequeño, rodeado de vecinos poderosos, que creían en los numerosos dioses de la naturaleza, en Isis, Toth, Anubis y Ammon-Ra, en Marduc y Nergal, en Baal y Astarot, en Zeus y Afrodita, en Marte, Mercurio y en la Diana de los múltiples pechos de Efeso. Los judíos se aferraron a su Dios con obstinación y perseverancia, y cuando estaban en peligro de sucumbir a la tentación permanente, aparecía uno de sus poderosos profetas y los conducía de nuevo al camino de la fidelidad. La segunda parte de su misión era que de sus filas nacería el Mesías, el «Ungido» (en griego: Christos), el Redentor. Pero en el transcurso de los años la figura del Redentor del mundo, «que procedía de toda la eternidad», anunciado constantemente por los profetas, se había transformado en la idea de un liberador de la nación judía.

Siendo prisioneros de babilonios, asirios, persas y romanos, los judíos esperaban anhelantes la llegada del Mesías como rey de su nación. Para muchos debió de ser una decepción muy grande el que Jesús rechazara en más de una ocasión la corona real. Pero la mayor enemistad la encontró entre los rabís farisaicos, para los que la letra de la ley lo era todo, y entre la corrompida camarilla de los saduceos (introducida por los romanos), que temían que se acabaría su poder si llegaba a gobernar el «nazareno». Es cierto que el consejo supremo, compuesto por fariseos y saduceos, fue quien dictó la sentencia de muerte, también es cierto que presionaron por todos los medios para que el gobernador romano confirmase esta sentencia y permitiera su ejecución, casi obligándole. Es cierto también, finalmente, que la muchedumbre presente en el proceso aceptó la responsabilidad de la sentencia: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos».

Pero esta muchedumbre estaba formada por unas dos mil personas -suponiendo que fueran tantas- y en aquella época había por lo menos medio millón y hasta posiblemente un millón de peregrinos judíos en Jerusalén y sus alrededores, que no supieron absolutamente nada de este proceso.

No se puede hacer responsable al pueblo judío en su totalidad por aquel horror, como se ha venido haciendo muchas veces. Ser antisemita como cristiano no sólo es monstruoso, sino que es una paradoja: pues espiritualmente, como cristianos, somos ... semitas. Y como cristianos deberíamos saber que los pecados de todos los hombres hicieron necesaria la crucifixión de Cristo, vuestros pecados y mis pecados, y que por eso, si queremos plantearnos la cuestión de la culpabilidad, deberíamos empezar por nosotros mismos.

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